viernes, 6 de abril de 2012

Lee y descarga “En los Extramuros del mundo “, mítico poemario de Enrique Verástegui

 Enrique Verástegui es integrante del movimiento literario Hora Zero, un grupo que marcó el inicio de una nueva literatura peruana, con más calle, más realista, por ratos surrealista, y más inclusiva, más íntegra, más muchas cosas.

“En los extramuros del mundo” es una de las obras más destacadas de Verástegui y de este movimiento. Para muchos es el mejor poemario desde todo punto de vista. La obra marcó, hasta el momento, al autor como uno de los poetas más representativos del Perú. Y aún sigue vivo.

martes, 14 de febrero de 2012

"Hija de la fortuna", primogénita de una trilogía / Un libro de Isabel Allende


Tengo predilección por los autores latinoamericanos, así como también, por las historias cargadas de ficción y fantasía pero enmarcadas en un contexto real, como una forma más entretenida de aprender la historia, y más aún la fascinante historia del continente americano.


Isabel Allende es sin duda una escritora de muy reconocido éxito comercial, lo cual ha hecho que sea minimizada en cuanto su calidad literaria, al punto de ser considerada “una mala copia de García Márquez” como leí por ahí.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Tokio Blues / Reseña de la novela de Haruki Murakami


Tokio Blues fue uno de los libros que lanzó a la fama internacional a Haruki Murakami, un escritor japonés que hace poco fue nominado al Nóbel y que ya desde un tiempo goza de un nutrido club de fans a nivel mundial. Como dirían algunos, su literatura se ha puesto de moda y en el Perú no son pocos los que ya han descubierto el placer de apreciar su manera de narrar historias.

Hijo de dos amantes de literatura y ex vendedor de discos, Haruki escribió este libro inspirado casi en su vida misma. El personaje, Watanabe es un universitario amantes de los libros que, para ganarse alguito, vende discos y siente una necesidad imperiosa de estar solo, aunque vive enamorado, o atraído u obsesionado de Naoko, una amiga de la adolescencia.

La historia se desliza por una línea de recuerdos, nostalgias, represiones, gustos y costumbres de las décadas pasadas en Japón que es retratada como un país conservador, sino uno muy occidentalizado, con su liberación sexual, con su música, su pensamiento y hasta en sus conversaciones cotidianas.

Cada personaje de Tokio Blues encierra un submundo aparte, una isla que solo puede comunicarse con otra isla. La gran constante de esta novela es la soledad. La individualidad. El ser subjetivo que interpreta todo desde su esquina y vive, aún sabiendo que no comprende nada o que lo comprende suficiente.

Los temas o, mejor dicho, los ingredientes de la novela -como para ser degustado por lectores de todas las edades- son: una dosis de amor, otra juventud, media taza de exploración, harta nostalgia, un balde de locura, una pizca de suicidio, dos cucharadas de sexo, un vaso de literatura universal y una botella entera de música.

La descripción, las historias paralelas dentro de la novela y el recuento de música y opiniones libros son un plus que a todo amante de la literatura le parecerá más que interesante. Un libro para degustar a solas.

El subtítulo de la novela, Norwegian Word, es el título de una canción de The Beatles:


También se hizo una película sobre el libro:


Aquí un enlace en donde pueden hallar el libro en PDF


Frases interesantes de la novela:


* Recién llegado a Tokio, cuando empecé una nueva vida en la residencia, tenía un único propósito: tratar de no tomarme las cosas a pecho, mantener la debida distancia con el mundo. Nada más. Y decidí olvidar por completo la mesa de billar forrada de fieltro verde, el N-360 rojo y las flores blancas sobre el pupitre, la columna de humo alzándose desde la alta chimenea del crematorio, el pisapapeles con forma achaparrada en la sala de interrogatorios. Al principio, pensé que iba a lograrlo. Sin embargo, por más que intentase olvidarlo, en mi interior permanecía una especie de masa de aire de contornos imprecisos. Con el paso del tiempo, esta masa empezó a definirse. Ahora puedo traducirla en las siguientes palabras: «La muerte no existe en contraposición a la vida sino como parte de ella»”.


* Hasta entonces había concebido la muerte como una existencia independiente, separada por completo de la vida. «Algún día la muerte nos tomará de la mano. Pero hasta el día en que nos atrape nos veremos libres de ella.» Yo pensaba así. Me parecía un razonamiento lógico. La vida está en esta orilla; la muerte, en la otra. Nosotros estamos aquí, y no allí.


* Naoko lucía pasadores en el pelo, pero siempre mostraba la oreja derecha. Puesto que siempre la veía de espaldas, ésta es la imagen que hoy mejor recuerdo. Cuando se sentía avergonzada, jugueteaba con el pasador. Y se secaba las comisuras de los labios antes de decir algo. Mirándola hacer estos gestos, poco a poco empezó a gustarme.


* Conforme iba avanzando el invierno, los ojos de Naoko parecían ir ganando en transparencia. Una transparencia ausente. Pronto, sin razón aparente, clavaba sus ojos en los míos como si buscara algo, y, cada vez que esto ocurría, me embargaba una extraña e insoportable sensación de soledad.


* Leía mucho, lo que no quiere decir que leyera muchos libros. Más bien prefería releer las obras que me habían gustado. En esa época mis escritores favoritos eran Truman Capote, John Updike, Scott Fitzgerald, Raymond Chandler, pero no había nadie en clase o en la residencia que disfrutara leyendo a este tipo de autores. Ellos preferían a Kazumi Takahashi, Kenzaburo Óe, Yukio Mishima, o a novelistas franceses contemporáneos. Así pues, no tenía este punto en común con los demás, y leía mis libros a solas y en silencio. Los releía y cerraba los ojos y me llenaban de su aroma. Sólo aspirando la fragancia de un libro, tocando sus páginas, me sentía feliz.

A los dieciocho años, mi libro favorito era El centauro, de John Updike, pero cuando lo hube releído varias veces, perdió su chispa y cedió la primera posición a El gran Gatsby, de Fitzgerald, obra que continuó encabezando mi lista de favoritos durante mucho tiempo. Tomar El gran Gatsby de la estantería, abrirlo al azar y leer unos párrafos se convirtió en una costumbre, y jamás me decepcionó. No había una sola página de más. «¡Es una novela extraordinaria!», pensaba. Me hubiera gustado hacer partícipes a los otros chicos de tal maravilla. Pero a mi alrededor no había nadie que leyera El gran Gatsby. Dudo que lo hubieran apreciado. En 1968 leer El gran Gatsby no llegaba a ser un acto reaccionario, pero tampoco podía calificarse de encomiable.
Pese a todo, conocí a una persona que había leído El gran Gatsby, y nos hicimos amigos precisamente por ello. Se llamaba Nagasawa…


* A mediados de abril Naoko cumplió veinte años. Puesto que yo había nacido en noviembre, ella era siete meses mayor. No acababa de hacerme a la idea de que ella cumpliera veinte años. Me daba la impresión de que lo normal sería que, tanto ella como yo—, viviéramos eternamente entre los dieciocho y diecinueve años. Después de los dieciocho, cumplir diecinueve; después de los diecinueve, cumplir otra vez dieciocho. Eso sí tendría sentido. Pero ella había cumplido veinte años. Y yo en otoño también los cumpliría. Sólo un muerto podía quedarse en los diecisiete años para siempre.


* Aquella noche me acosté con Naoko. No sé si fue lo correcto. Ni siquiera hoy, veinte años después, podría decirlo. Tal vez jamás lo sepa. Pero entonces era lo único que podía hacer. Ella estaba en un terrible estado de nerviosismo y confusión; deseaba que yo la tranquilizase. Apagué la luz de la habitación, la desnudé despacio, con ternura; luego me quité la ropa. La abracé. Aquella noche de lluvia tibia no sentimos el frío. En la oscuridad, exploramos nuestros cuerpos sin palabras. La besé, envolví con suavidad sus senos con mis manos. Naoko asió mi pene erecto. Su vagina, húmeda y cálida, me esperaba. Sin embargo, cuando la penetré sintió mucho dolor. Le pregunté si era la primera vez, y ella asintió. Me quedé desconcertado. Creía que ella y Kizuki se acostaban. Introduje el pene hasta lo más hondo, lo dejé inmóvil y la abracé durante mucho tiempo. Cuando vi que se tranquilizaba, empecé a moverlo despacio y, mucho después, eyaculé. Al rato, Naoko me abrazó muy fuerte y gritó. Era el orgasmo más triste que había oído nunca.


* Leí la carta más de cien veces. Y siempre que lo hacía me invadía una tristeza insondable. La misma que sentía cuando Naoko me miraba fijamente a los ojos. Era incapaz de soportar aquel desconsuelo, pero no podía encerrarlo en ninguna parte. No tenía contornos, ni peso, igual que un fuerte viento soplando a mi alrededor. Ni siquiera podía investirme de él. La escena discurría despacio ante mis ojos. Pero las palabras que se pronunciaban no llegaban a mis oídos.


* Los faros de los coches formaban un río de luz que discurría entre las calles. Un zumbido sordo, mezcla de varios sonidos, flotaba en una nube sobre la ciudad.


* Aquel domingo por la mañana sólo había tres ancianas en el tranvía. Cuando subí, las tres me miraron de arriba abajo y luego miraron las flores que llevaba en la mano. Una de las ancianas me sonrió. Le devolví la sonrisa. Me senté en el último asiento, contemplé los viejos edificios que iban sucediéndose, uno tras otro, a ras de la ventanilla. El tranvía casi rozaba los edificios al pasar. En el tendedero de una casa vi diez macetas de tomates y, a su lado, un gato negro y grande dormitando al sol. Más allá, un niño hacía pompas de jabón. Se oía una canción de Ayumi Ishida. Incluso podía olerse el curry. El tranvía se abría paso entre la intimidad de las callejuelas. A lo largo del trayecto, subieron algunos pasajeros, pero las tres ancianas continuaron absortas en su conversación, incansables, con las cabezas muy juntas.


* Entre sorbo y sorbo de cerveza fría, observé a Midori, de espaldas, que cocinaba con esmero. Movía su cuerpo con agilidad y destreza mientras realizaba cuatro tareas a la vez. Viéndola, uno pensaba que estaba probando lo que se cocía en la cazuela, que picaba algo sobre la tabla de cortar o sacaba algo del frigorífico y lo servía en un plato, o que estaba lavando un cacharro que ya no necesitaba. De espaldas, recordaba a un percusionista indio. De esos que, mientras están haciendo sonar unas campanillas, aporrean una tabla y golpean unos huesos de búfalo de agua. Todos sus movimientos eran rápidos y precisos, el equilibrio perfecto. La contemplé con admiración.


* Nos miramos a los ojos. Le rodeé los hombros con un brazo y la besé. Midori tensó el cuerpo un momento, se relajó de inmediato y cerró los ojos. Nuestros labios permanecieron unidos unos cinco o seis segundos. El sol de principios de otoño proyectaba en sus mejillas la sombra de las pestañas, agitadas por un temblor casi imperceptible. Fue un beso dulce, cariñoso, sin ningún significado. De no haberme encontrado sentado en el terrado, al sol de la tarde, bebiendo cerveza y contemplando el incendio, no la hubiera besado, y creo que a ella le sucedía lo mismo. Al contemplar los tejados brillantes de las casas, el humo y las libélulas rojas, había brotado entre nosotros un sentimiento cálido e íntimo que, de manera inconsciente, habíamos deseado materializar. Así fue nuestro beso. Sin embargo, era un beso que no estaba exento de peligro.


* A las cinco le dije a Midori que me iba a trabajar y abandoné su casa. Le había propuesto salir a tomar algo, pero ella había rechazado mi invitación alegando que estaba esperando una llamada.
—Quedarme todo el día en casa esperando una llamada es algo que odio con todo el alma. Si estoy sola, me da la sensación de que voy pudriéndome y deshaciéndome, hasta convertirme en un líquido verdoso que es absorbido por la tierra. De mí sólo sobrevive la ropa. Ésta es la sensación que tengo cuando me quedo todo el día en casa esperando una llamada.


* Su belleza me emocionó. Me sorprendió que una mujer pudiera cambiar tanto en medio año. La nueva belleza de Naoko me seducía tanto, o más, que la anterior, pero, con todo, no pude reprimir un sentimiento de nostalgia al pensar en la que había perdido. En aquella belleza ensimismada propia de la adolescencia que había seguido su propio camino y jamás volvería.


* Caminé por un sendero bañado por la luz irreal de la luna, entré en el bosque, vagué por él sin rumbo. Bajo la luz de la luna, todos los sonidos tenían una extraña reverberación. El ruido amortiguado de mis pasos parecía llegar de lejos, cual si estuviera andando por el fondo del mar. A veces oía un ligero crujido a mis espaldas. En el bosque flotaba una tensión palpable, como si los animales nocturnos aguardaran, inmóviles, conteniendo la respiración, a que me alejara.


* Era hermosa como un ángel. Tenía una belleza angelical. Fue la primera y última vez en mi vida que vi una chica tan hermosa. Tenía el pelo largo y negro como la tinta china, los brazos y las piernas largos y gráciles, los ojos brillantes, los labios delgados y suaves como acabados de hacer. Al verla, me quedé sin habla. Cuando se sentó en el sofá de la sala de estar, la estancia parecía haberse transformado en otra mucho más lujosa. Si la mirabas de frente, quedabas deslumbrado. Tenías que entornar los ojos.


* Alargué el brazo e intenté tocarla, pero ella se echó hacia atrás. Los labios le temblaban. A continuación, alzó las dos manos y empezó a desabrocharse la bata. Tenía siete botones. Contemplé, cual si fuera una prolongación del sueño, cómo sus hermosos y delgados dedos iban desabrochándolos, uno tras otro. Una vez hubo soltado los siete pequeños botones blancos, Naoko, como una serpiente que se desprende de su piel, dejó que la bata se deslizara desde los hombros hasta la cadera y quedó completamente desnuda, pues no llevaba nada debajo. Lo único que tenía puesto era el pasador con forma de mariposa. Naoko, todavía arrodillada en el suelo, se quedó mirándome. Bañado por la suave luz de la luna, su cuerpo tenía el lustre de la carne recién nacida, y casi despertaba compasión. Al moverse —en un movimiento apenas perceptible—, las partes bañadas por la luz de la luna se desplazaron levemente, las sombras que teñían su cuerpo cambiaron de forma. Los pechos redondos y llenos, los pequeños pezones, la cavidad del ombligo, las caderas, el vello púbico, todas las texturas de aquella sombra cambiaron de forma, igual que las ondas sobre la superficie de un lago.


* «Ahora estoy haciendo el amor contigo. Estoy dentro de ti. Pero, en realidad, no tiene ninguna importancia. Tanto da. No deja de ser un coito. Al poner en contacto nuestros cuerpos imperfectos, no hacemos más que contarnos lo que no podríamos contarnos de otro modo. Y así adquirimos conciencia de nuestras respectivas imperfecciones»

Pensé en Naoko, en el cuerpo desnudo de Naoko con el pasador del pelo puesto. Imaginé la curva de su cintura y la sombra de su vello púbico. ¿Por qué se había desnudado delante de mí? ¿Estaba sonámbula? ¿O no había sido más que una fantasía? Con el paso del tiempo, conforme iba alejándome de aquel pequeño mundo, dudaba sobre si los sucesos de aquella noche habían sido reales. Si pensaba que habían ocurrido de verdad, me parecía que habían ocurrido de verdad; pero si pensaba que eran una fantasía, entonces me parecía que habían sido una fantasía. Para ser una ilusión, los detalles eran demasiado precisos; para ser reales, éstos eran demasiado hermosos. El cuerpo de Naoko y la luz de la luna.


* Hatsumi cruzó los brazos, cerró los ojos y se recostó en el asiento del taxi. Los pendientes de oro refulgían con el vaivén del vehículo. El vestido azul medianoche parecía haber sido confeccionado a propósito para la oscuridad del interior del taxi. Los labios bien delineados de Hatsumi, pintados en un tono pálido, temblaban como si ella misma temiera abrir la boca e iniciar un monólogo. Mirándola de aquella forma, comprendí por qué Nagasawa la había elegido para ser su novia. Quizás hubiera muchas mujeres más hermosas que Hatsumi y probablemente Nagasawa podía seducir a muchas de ellas. Pero Hatsumi poseía algo que hacía estremecer el corazón de las personas. No lo lograba con un gran despliegue de energía. La fuerza que emanaba de ella estaba escondida, pero despertaba la empatía en los demás. En el taxi, de camino a Shibuya, mientras la observaba, me pregunté qué era aquella emoción que yo sentía de pronto. Pero entonces no logré hallar la respuesta.



Diálogos:

* Cuanto más conocía a Nagasawa, más extraño me parecía. A lo largo de mi vida, me había cruzado, había encontrado o conocido a muchas personas extrañas, pero jamás a nadie que lo fuera tanto. Leía muchísimo más que yo, pero tenía por principio no adentrarse en una obra hasta que hubieran transcurrido treinta años de la muerte del autor. «Sólo me fío de estos libros», decía.
—No es que no crea en la literatura contemporánea, pero no quiero perder un tiempo precioso leyendo libros que no hayan sido bautizados por el paso del tiempo. ¿Sabes?, la vida es corta.
—¿Y qué escritores te gustan? —le pregunté.
—Balzac, Dante, Joseph Conrad, Dickens —me respondió al instante.
—No son muy actuales que digamos.
—Si leyera lo mismo que los demás, acabaría pensando como ellos. ¡El mundo está lleno de mediocres! A la gente que vale la pena le daría vergüenza hacer lo que hacen ésos. ¿No te has dado cuenta, Watanabe? Los únicos medianamente decentes de toda la residencia somos tú y yo. El resto son basura.
—¿Por qué lo dices? —Me sorprendí.
—Porque lo sé. Lo llevan escrito en la cara. Basta con mirarlos. Además, nosotros dos leemos El gran Gatsby.
Hice un cálculo mental: «Todavía no han pasado treinta años desde la muerte de Scott Fitzgerald».
—Y qué más da. ¡Por dos años! —exclamó—. A un escritor tan extraordinario como él lo adelanto, y no hay más que hablar.


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—Oye, Watanabe... —me susurró al oído.
—Dime.
—¿Tienes ganas de acostarte conmigo?
—Claro —dije.
—¿Podrás esperar?
—Podré esperar.
—Antes de hacerlo quiero estar mejor. Encontrarme bien y convertirme en tu pasatiempo. ¿Podrás esperar hasta entonces?
—Claro.
—¿Se te ha puesto dura?
—¿La planta del pie?
—¡Tonto! —Naoko soltó una risita.
—Si te refieres a si tengo una erección, te diré que si. Claro.
—¿Te importaría dejar de decir «claro»?
—No lo diré más.
—¿No es penoso?
—¿El qué?
—Que se te ponga dura.
—¿«Penoso»? —repetí.
—Es decir, doloroso.
—Según como lo mires.
—¿Te ayudo a correrte?
—¿Con la mano?
—Sí —afirmó Naoko—. Desde hace rato se me está clavando aquí y me hace daño.
Me aparté un poco.
—¿Está mejor así?
—Sí, gracias.
—Escucha, Naoko...
—¿Qué?
—Me gustaría que lo hicieras.
—Bien. —Esbozó una sonrisa.
Me bajó la cremallera de los pantalones y asió mi pene erecto.
—Está caliente —dijo.
Se disponía a mover la mano cuando la detuve, le desabotoné la blusa, le rodeé la espalda con mis brazos, le desabroché el sujetador. Besé sus suaves pechos. Naoko cerró los ojos y empezó a mover los dedos despacio.
—Lo haces bastante bien.
—Sé buen chico y estate callado.


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—Watanabe, ¿sabes lo que más me gusta de las películas porno?
—No.
—Pues que cuando empieza una escena de sexo se oye cómo alrededor en la sala todo el mundo traga saliva. ¡Glups! —comentó Midori—. Me encanta ese ¡glups! ¡Es muy gracioso!


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Después entramos en un bar y tomamos una copa. Yo bebí un vaso de whisky, Midori, dos o tres copas de no sé qué cóctel. Al salir del local, se empeñó en trepar a un árbol.
—Por aquí no hay árboles. Además, estás demasiado borracha para subirte a uno —le advertí.
—Eres siempre tan sensato que acabas deprimiendo al personal. Estoy borracha porque me da la gana. ¿Pasa algo? Y, aunque lo esté, puedo subirme a los árboles. ¡Eso es! Me subiré a uno muy, muy alto y me haré pipí encima de la gente, como si fuera una cigarra.
—¿No será que tienes ganas de ir al baño?
—Sí.


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—El otro día me desnudé delante de la fotografía de mi padre. Le mostré mi cuerpo en una postura de yoga. «Mira, papá, esto son las tetas, esto el coño...»
—¿Y por qué lo hiciste? —le pregunté anonadado.
—Me apetecía mostrarle mi cuerpo. Total, la mitad de mi existencia es fruto de un espermatozoide suyo, ¿no? ¿Qué hay de malo en enseñárselo? «Ésta es tu hija.» Puestos a confesarlo todo, estaba borracha, lo cual me animó a hacerlo.
—Ah.
—Al llegar, mi hermana se quedó patidifusa. Me vio desnuda, abierta de piernas, delante de la fotografía de mi padre. Y claro, se sorprendió.
—No me extraña.
—Le expliqué mis razones. Le dije: «Hazlo tú también, Momo. Ven aquí, desnúdate y enséñaselo todo a papá». Pero ella no lo hizo. Se sorprendió y se fue. En estas cosas, es muy conservadora.


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—Cuéntame algo —dijo Midori presionando la cara contra mi pecho.
—¿Qué quieres que te cuente?
—Cualquier cosa. Algo que me haga sentirme mejor.
—Eres muy guapa.
—Midori. Pronuncia mi nombre.
—Eres muy bonita, Midori —corregí.
—¿Cuánto?
—Tan bonita como para hacer que las montañas se derrumben y el mar se seque.
Midori levantó la cabeza y me miró.
—¡Tus expresiones son muy peculiares! —comentó.
—Viniendo de ti, me quedo tranquilo —dije, riéndome.
—Dime más cosas bonitas.
—Me gustas, Midori.
—¿Cuánto?
—Me gustas como un oso en primavera.
—¿«Un oso en primavera»? —Midori volvió a levantar la cabeza—. ¿Qué es esto? ¡«Un oso en primavera»!
—Imagina que paseas sola por un prado y se te acerca un osito con la piel aterciopelada y unos ojazos. De pronto el osito te dice: «¡Buenos días, señorita! ¿Quiere usted rodar conmigo?». Entonces tú y el osito os pasáis el día entero rodando abrazados por una ladera sembrada de tréboles. Es bonito, ¿no?
—Muy bonito.
—Pues a mí me gustas tanto como eso.
Midori me abrazó con fuerza.
—Es lo mejor que he oído nunca —agradeció—. Si tanto te gusto, ¿harás caso de cualquier cosa que te diga? ¡Y no te enfades!
—Claro.
—¿Me cuidarás siempre?
—Claro. —Y le acaricié su pelo corto, parecido al de un bebé—. Todo irá bien. No te preocupes por nada.
—Tengo miedo —dijo Midori.
La abracé con dulzura hasta que sus hombros empezaron a subir y bajar rítmicamente y empezó a oírse la respiración del sueño.

martes, 20 de septiembre de 2011

Woody Allen, Chares Bukowski, Ernest Hemingway, la literatura y el boxeo

Relatos de Allen y ‘Buko’ dedicados al viejo ‘Hem’

martes, 23 de agosto de 2011

“Pulp”, la historia de un ‘detective’ con suerte / de Charles Bukowski



“Pulp” es una de esas novelas que se pueden leer en una tarde, tal vez bebiendo licor (si fuera posible vodka, como lo hace el personaje principal cada vez que no sabe qué hace o luego de hacer algo que le ha dado cierta fatiga).

domingo, 22 de agosto de 2010

El camino, el amor y un cartero

Texto de Eduardo Reyme
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No sé ustedes pero el primer sentimiento al que asocio una carta es al de la nostalgia, ese sentimiento que hoy más que nunca parece haberse extraviado en algún rincón de nuestros pétreos corazones acostumbrados a vivir esta modernidad tan falaz y tan nuestra. Quizá fue mi generación una de las últimas en utilizar este medio de comunicación tan nostálgico y que me remite a tantos recuerdos como cuando, por ejemplo, mi madre nos hacía escribir a mi hermana y a mí cartas que terminaban en las manos de algún familiar extraviado en algún rincón del mundo. Épocas que sin duda ya no volverán, tiempos aquellos en donde extrañar a alguien era el único y el más sencillo modo de demostrar que aún estábamos vivitos y coleando.

Esas palabras así escritas tan lindamente líneas arriba son porque Alex Alejandro Vargas acaba de publicar El camino, el amor y un cartero y nos (me) ha hecho recordar por breves instantes de qué color es esa dama llamada nostalgia en medio de una sociedad completamente formada con niños y adolescentes que hoy más que nunca creen que los carteros nunca existieron y que aquella historia es menos verídica que la del mismísimo Papa Noel, aparece este libro y un cartero como personaje principal quien con su morral y sus cartas decide salir de casa para hallarse en la voz de los otros y realiza un viaje extraño que le permite al final entender que en el fondo uno mismo termina siendo todos los demás y que los viajes hacia el exterior terminan siendo los más profundos de todos. Esas búsquedas esenciales del alma, vitales e importantes que sólo la madurez otorga.

Polifónico de principio a fin, El camino, el amor y un cartero termina mostrándonos hasta el momento la búsqueda más profunda de su autor quien años atrás publicase Cuaderno de luciérnagas (Zignos, 2005) y quien pareciera anunciar su segundo libro a través de su primer trabajo, “Seguimos un camino que no conocemos, pero nuestra intuición evita que pisemos vidrios rotos” señala Alex Alejandro en el poema final de su primer libro y aquella intuición que señalase por aquel entonces parece ser la misma intuición con la que está inyectado el cartero quien a través de la palabra evita esos vidrios rotos que podrían ser tomados como las trampas funestas que otorga la vida.

Con la particularidad de los pies de página de cada poema los textos del nuevo poemario de Alex Alejandro Vargas se desprenden de sí e invitan al lector a una relectura y/o indagación. El autor entonces termina siendo un simple nexo, un puente, una vía más para trasladar los sentimientos de quienes depositaron sus esperanzas en las manos de este cartero que tiene vida propia dentro del planteamiento estructural de su poética y que por ende gana verosimilitud de principio a fin. Estas huellas yacen además fortalecidas con las notas que va dejando el yo poético a lo largo de su recorrido mostrándonos una compleja y particular forma de ver el mundo, una fina agudeza que en el fondo es una contemplación profunda que sólo les compete a unos cuántos.

El camino, el amor y un cartero, es un poemario plagado de buena poesía y de imágenes bien elaboradas que nos muestran a un autor que toca temas sencillos mas no por ello menos importantes. Washington Delgado señaló alguna vez que sólo la sencillez de la palabra es la prueba más exacta de la universalidad de un poeta y creo que Alex Alejandro parece haber oído aquello también.

martes, 20 de julio de 2010

Memorias de una dama, de Santiago Roncagliolo

Para ser franco –ahora que todos somos unos canallas hipócritas– leí esté libro con ciertos escrúpulos, pensando, claro, que los escritores que suelen ganar premios literarios –Alfaguara, Planeta, Herralde– por lo general están SOBREVALORADOS. Claro, haciendo memoria, Santiago fue el más joven en ganar el premio Alfaguara con ese TRILLER, que tantos virus de la duda generó, llamado sabiamente ABRIL ROJO.
Bueno, al grano, personalmente me gustó mucho, no por una o dos razones, sino por varias. Sobran los motivos. Es un libro RÍO, o sea, fluye y fluye –lo único que cansa son las superficiales historias de la vieja dominicana Minetti–. Pero, primero lo primero. Es la historia de un pata que viaja a España para ser escritor –más trillado no puede ser–. Pasando penurias, conoce a una vieja de la alta sociedad y, para su feliz suerte, es contratado para escribirle las memorias. Lo curioso, lo que engancha de esta historia harto manoseada, es el simple y tajante HUMOR. Roncagliolo, sin duda, sabe dónde meter las agujas, cómo coser las tramas y enganchar con el lector para que éste se cague de risa. Uno termina sin saber qué hacer, angustiado –yo la terminé en el baño, con el ruido de las aguas destilándose y la pena y el dolor–.
Tiene uno de esos finales a lo Truffaut y un gran personaje, que a demás es fumón y juega Play Station, de nombre Javi. Además desfilan personajes conocidos: Vargas Llosa, la C.I.A, Mario Bellatín, la revolución cubana, etc. Aunque no será lectura obligada, vale la pena leerlo. Y que sigan los éxitos, Santiago. A propósito, la novela ya ha sido premiada con la veta exagerada en la República Dominicana donde acontecen los actos y, CHÚPATE ESA MANDARINA, se rajan hasta por los codos de los ricos mafiosos. (Por Julio Barco)

TRIVIA: ESTRUCTURA SIMILAR A LA TIA JULIA Y EL ESCRIBIDOR, pero… a quién carajos le importa.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Literalgia-Edición 02

Salió la segunda edición. La segunda mano, a la franca y a más colores. Ya estaremos invitando pa la presentación… o sino, mejor así no más, sin presentación de por medio. Ya veremos qué pasa. Saludos saludirijillos.Dale clic a la imagen para leer virtualmente.
Literalgia PDF02-02

domingo, 21 de febrero de 2010

El evangelio según Saramago

Texto de Ratchus

Entre los más sutiles renegones anticapitalistas se encuentra José Saramago, comunista hasta los huesos que Vallejo dejara en París. La obra más idiosincrática de este escritor Portugués es El evangelio según Jesucristo y forma parte de las lecturas obligadas de los excomulgados por voto popular, secreto, universal y el suyo propio.

En El evangelio se relata la forma como Dios mezcló su semen con el de José un día que salió a hacer la pichi al frente de su casa en uno de los árboles que seguramente usara luego para fabricar cruces, pasada la sacudida de rigor y algo embalado terminó crucificando a María, y ahí mismito la embarazó, por la virgencita que sí.

A partir de ahí la trama se torna por demás emocionante, pareciera ser un libro de Dan Brown pero narrado por el mismísimo Jesús, eso pudiera dar fe de que las crucifixiones se repitieron una y otra vez con la buenota de Magdalena.

Los dejo con una frase que siempre recuerdo y tal vez los aliente a darle vuelta al libro en mención, se trata del padre de María Magdalena, el pobre Lázaro que se había muerto de algo que seguramente era común para morirse por esos días, bueno, Jesús se pone frente a su suegro y antes de decir el famoso “Levántate Lázaro” se le acercó su amada meretriz y le dijo algo así como: “No pues, no lo revivas, nadie es tan pecador como para morir dos veces” Amén.

martes, 20 de octubre de 2009

La loca de la casa

Libro de Rosa Montero que une ficción con realidad… y otros apéndices

La loca de la casa, libro de Rosa Montero, un híbrido o monstruo que nació desde la imaginación de esta escritora española que hace amar a la literatura todavía con más ganas que Romeo cuando le dijeron que no podía casarse con Julieta.

Este libro recoge, anécdotas, consejos para escritores, pasajes autobiográficos que marcaron la vida de la escritora y una serie de textos que parecen ciertos y a la vez no. Rosa Montero parte del título que acaso le dio la misma Sor Juana Inés de la Cruz, quien dijo que la loca de la casa era la imaginación.

Este libro recoge además extractos de la vida de ciertos escritores famosos que apasionados por la literatura, incurrieron en comportamientos y costumbres poco conocidas, algunas agradables, otras no tanto y otras plausibles (no por ser agradables).

Rosa Montero se luce con su manejo de la descripción, además juega con el lector a quien le deja un signo de interrogación bien grande sobre la cabeza, ya que salvo la biografía de los personajes literarios es cierta, lo mismo no puede asegurar sobre su vida que en este libro resulta fascinante. Bueno, toda vida es interesante si está bien contada, ¿no?

jueves, 24 de septiembre de 2009

La columna indecente de Bukoski


Escritos de un viejo indecente, libro que recoge los textos de la mítica columna en el diario OPEN CITY, es un referente para todo aquel interesado en la vida y obra del último escritor maldito de Norteamérica.

“El público toma de un escritor, o de un escrito lo que necesita y deja pasar lo demás. Pero normalmente suelen tomar lo que menos necesitan y dejan ir lo que más necesitan”.
Charles Bukowski



Si queremos conocer un poco más al desarrapado, asqueroso, tierno, rudo, crudo, borracho, agrio, ácido, mordaz, sincero, hijoeputa, enfermo, sicópata, racional, irracional Charles Bukowski, este libro es indispensable, no solo porque aquí se hayan diversas anécdotas del último escritor maldito de Norteamérica, sino porque también se hayan relatos únicos, artículos sobre la actualidad de su país, y opiniones de un personaje que se desarraigó de su tiempo para trascender un poquito más allá de la muerte, aunque no fue su intención.

Escritos de un viejo indecente (Notes of A Dirty Old Man), fue una columna que nació en las postrimerías de la década de 1960, en el periódico underground OPEN CITY. El director de este medio le propuso, mientras se rascaba la barba roja, a un Bukowski cada vez más decadente, si quería tener una columna semanal. Éste aceptó con cierta reticencia, luego el nombre de dicha columna se le vino a la mente después de una de las tantas tardes apostando en el hipódromo. Entonces todo era cuestión de redactar. Se sentó frente a la ventana, cogió la maldita máquina de escribir y las palabras empezaron a evaporarse de los dedos (¿o era el humo de los cigarrillos?) para impregnarse en los periódicos que lo soportaron 14 meses. “Libertad absoluta para escribir, lo que te dé la gana”, decía Bukowski respecto a esta nueva tarea, él que vivía como un animal enjaulado dentro de una sociedad con “valores”, neurótica e infestada de prejuicios.

La columna tuvo tanto éxito que levantó de inmediato el tiraje del dicho periódico, pero la publicidad se hacía aún esperar, y aunque había diversión y peligro en esa aventura, “diversión y peligro no ponen margarina en la tostada ni alimentan al gato. Y renuncias a la tostada y acabas comiéndote al gato”. A Bukowski desde entonces le llovieron cartas de todas partes, le escribían locos que querían ayudarle a escribir, una secretaria le mandaba dinero, además muchos admiradores le tocaban la puerta de su casa para embriagarse con él, también se presentó un sicólogo que supuestamente quería ayudarlo, pero Bukowski le cerró la puerta en las narices. Fue una aventura que para ser tan buena duró poco, porque el animal salvaje cambia de ruta, no se domestica, no se acostumbra a los hombres, quiere la llanura, el horizonte, o simplemente correr al bar más cercano para pedir una cerveza y cortejar a una dama o prostituta, así esté con marido al lado o proxeneta.

En este libro, Bukowski narra con pinceladas de ficción los encuentros desagradables que tuvo con escritores contemporáneos a él. Nombres como Jack Kerouac, Tom Wolfe, Eliot y otros que prefiere no nombrar, se cruzan como gatos negros al que no teme, sino prefiere patear o echarles un par de perros para que no jodan tanto. Asimismo, narra las épocas en las que no tenía dinero, cuando paseaba por un país que pese a estar repoblado desde siempre, parecía inhóspito y todavía lúgubre (quizás porque de las 24 horas, prefería las que no tenían al Sol espiándolo).

La actualidad no se salvaba. Criticaba duramente a los medios de comunicación, a los que protestaban y quemaban todo para arreglarlo todo. A los que seguían el hipismo, a los escritores figuretis que desde siempre en el mundo han sido. Respecto a los medios, por ejemplo, le llegó al reverendo nabo que después de la muerte de John F. Kennedy todos se consideren líderes de opinión, hasta los comentaristas deportivos, a quienes consideraba lo peor de lo peor. “Una bala es más poderosa que mil votos”, dijo al respecto y acotó que no quería escribir sobre aquello, pero aquella situación insostenible acabó por obligarlo.

Escritos de un viejo indecente, también contiene textos que, si el lector prefiere, bien pasarían como anécdotas de borracho o magníficos cuentos que traslucen la genialidad de un aburguesado trabajador que prefirió dejar la oficina de correos y dedicarse a la literatura, con el pleno conocimiento de que corría el riesgo de morirse literalmente de hambre. Ángeles que juegan beisbol, sastres que guardan cadáveres en el baño, borrachos que se enfrentan a la mafia, suicidas potenciales, y él mismo matando filipinos con una máquina de escribir o haciéndole el amor a una tabla de planchar, son personajes que convergían en su mente nihilista, convencido de que la vida merecía ser pateada en el trasero a cada segundo y que aquel hombre equilibrado era el que realmente estaba loco. Como decía Leopoldo María Panero al ingresar al manicomio: “Ustedes son los que están adentro”.

lunes, 7 de septiembre de 2009

domingo, 6 de septiembre de 2009

Eduardo Reyme - Duerme Tranquila Rebecca

Eduardo Reyme comparte su primer libro vía web. Tiene la opción de descarga, recarga y montacarga. Mejor lean el libro...
Duerme Tranquil A, Rebecca

sábado, 25 de julio de 2009

miércoles, 22 de julio de 2009

martes, 24 de febrero de 2009

Rodolfo Hinostroza y el libro de José Miguel Oviedo

En el último Dominical de El Comercio, aparece un artículo del poeta Rodolfo Hinostroza sobre “La poesía del Siglo XX en el Perú”, antología preparada por José Miguel Oviedo, el crítico tantas veces linchado por la fauna literaria peruana.

Rodolfo Hinostroza (RH) trata desde un punto de vista personal el libro de Oviedo que recoge a 21 de nuestros grandes poetas “ampliamente conocidos por la crítica nacional e internacional que van desde José María Eguren hasta Rosella del Paolo, y abarca hasta 6 generaciones”.

RH cataloga de afortunada esta selección, recogidas “a través de notas bibliográfico-críticas que en general mantienen un juicio equilibrado y desprovisto de favoritismos”, con lo cual los quisquillosos respiraríamos tranquilos, pero una línea más abajo afirma que “aunque a veces una deficiente información sobre algunos poetas lo haga resbalar”.

Hinostroza, como poeta que es, resalta que guardar la lucidez en el terreno tan subjetivo como la poesía es casi imposible, menos en el terreno de las complejas personalidades de los poetas. Sin embargo, afirma el poeta, el mérito de Oviedo es “ofrecer un juicio ecuánime sobre tan diversos autores, así como una selección bastante idónea y hasta consensual y previsible de sus mejores poemas”.

Poetas como Eguren, Vallejo, Martín Adán, Oquendo de Amat, César Moro, Sologuren, Eielson, Belli, Blanca Varela, etc, desfilan por esta antología; sin embargo, reclama la presencia de autores como Juan Parra del Riego, Francisco Bendezú, Romualdo, Pablo Guevara, Luis la hoz, Lucho Hernández, Tulio Mora, Jorge Pimentel, entre otros. Reclamo lógico que haría cualquier poeta o lector, pues todos buscarían a sus favoritos, al margen del valor poético (si es que existe).

Para deleite onírico de los peruanos, Hinostroza afirma que la poesía peruana es en conjunto es la mejor en el ámbito latinoamericano, “la más rica, la más moderna, la más exigente y variada” que se ha producido por estas tierras subdesarrolladas. Para darse dicho fenómeno literario en el Perú, Hinostroza plantea una tesis en la que resalta nuestra continua tradición literaria que no sufrió tanto de represiones, exilios, revoluciones, dictaduras y demás estragos propios de América Latina en los últimos cien años.

Hinostroza afirma que nuestra continuidad nos ha dado los poetas que actualmente nos representan, poetas con “una poderosa continuidad de la expresión poética que fue pasando de generación en generación”, pese a que cada generación renegó de la anterior, “algunos polemizan, arman pequeños escándalos y ocasionalmente se agarran a patadas, pero después se reconcilian, reconocen, y se mantiene la unidad en la diferencia que siempre nos ha caracterizado”. (Ya quisiera ver a Alonso Cueto abrazando a Oswaldo Reynoso en un bar de Quilca; o Iván Thays chupando dos chelas en el bar Don Lucho con Los Poetas del Asfalto).

Respecto al estado, Hinostroza le da de taquito a la desidia del gobierno que no se preocupa por sus poetas. No hay premios internacionales que resalten la memoria de César Vallejo, como sí existe el premio chileno Pablo Neruda, o el premio argentino Jorge Luis Borges; no existen subvenciones económicas para los autores; no hay becas; no hay Ministerio de Cultura y, en resumidas cuentas, no hay ese estímulo que sí existe en otros países que valoran el aporte de los artistas dentro de la sociedad. Si Vallejo estaría vivo, seguro igual se moriría de hambre.

Tal vez ese abandono del estado hacia sus poetas, ha creado esos monstruos que remecen la escena literaria de esta parte del planeta. Tal vez este gobierno lo sabe, tal vez todos los gobiernos se ponen de acuerdo; tal vez todos estos gobiernos que abandonaron y abandonan a sus artistas forman parte de una secta secreta que se ha dispuesto hacerle un “bien” a nuestra literatura plagada de autores heroicos, valientes y locos (como diría un cómico ambulante: “Sí, Juan”).

jueves, 8 de enero de 2009

El enigma de París

El enigma de Paris, de Pablo De Santis, novela catalogada dentro del thriller policial, no es otra cosa que una apología al enigma en el más puro de sus estados. Y para ello los doce detectives, los mejores del mundo, han decidido revelar el razonamiento que los llevó a desvelar el enigma a lo largo de sus carreras. Decidiendo que el mejor lugar para hacerlo, es en la gran exposición universal de París, en 1889. Donde todas las maravillas del saber humano se dan cita bajo una novedosa torre de hierro, que representa la luz que espanta la oscuridad de lo oculto.
Sin embargo dicha reunión se verá afectada con el asesinato de uno de los doce, iniciándose lo que pareciera ser el comienzo de una serie de asesinatos aislados, pero que en realidad guardan una relación entre sí. Una lucha que no solo se librará por descubrir al verdadero asesino, sino para sobrevivir a las intrigas que rodea aquel enigma que pareciera desquebrajar los cimientos de aquel club selecto. Todo ello ante la atenta mirada de Sigmundo Salvatrio, el enviado del detective Argentino Renato Craig, quien se encargará de revelar la delgada línea que separa el bien del mal.
Sin lugar a dudas, un merecido primer lugar, y una lectura obligada para los amantes de este género. (Lumaca)

miércoles, 12 de noviembre de 2008

El Anticristo de Nietzsche

RECOMENDACIÓN IMPUESTA
(Recomendación a la manera de algunos padres cuando recomiendan qué carrera estudiar)

Texto de Joel Córdova Rojas

Me tocó la difícil tarea de recomendarles un libro. Y como eso de la recomendada es pura pérdida de tiempo (los tristes humanos nunca hacen caso a recomendaciones sensatas). Me siento obligado a utilizar la violencia: “Van a leer El Anticristo o se van a la mierda”. Así. Como a ustedes les gusta que se les pida algo para hacerlo. Con fuerza. Porque esto de leer es cosa seria, señores. Porque como ustedes no se dan cuenta (ya que siempre son sus “ustedes”, sus “yos”, sus “vidas”, sus “penas”, sus “huadas”, sus etcéteras), alguien debe recordarles que cada vez estamos más cerca del colapso ambiental y humano (término arcaico que alguna vez importó). Porque en mayor cantidad nos dejamos seducir por ese objeto casi cuadrado que por lo general solo emite basura y digerimos muy a gusto, muy a ritmo de reggetón, muy a muymuy en medio del pan del desayuno o como el arroz infaltable del almuerzo.

El Anticristo (maldición contra el cristianismo). Léanlo. Tal vez sus vidas cambien como la mía… Y como para motivarlos les contaré mi experiencia con ese libro: Tenía 17 años cuando escuché por primera vez el nombre de “Nich” (así) por los pasillos de la universidad conversando con dos compañeros sobre las posibilidades que tenemos de ayudar y ser autosuficientes, entonces uno de ellos a manera de burla profirió: “oe, tú estás como Nich, que dijo: Dios ha muerto, pero no importa, acá estoy yo”. Quedé sorprendido por la frase, jamás pensé que existiera alguien capaz de retar a Dios; es más, querer ocupar el lugar de Dios. Pues claro, yo aún era un muchacho con miedo de Dios, que recién empezaba en ese mundo de libros para leer. Sinceramente para mí fue algo admirable. Y así empecé mi búsqueda del hombre que fue capaz de decir semejante cosa. Descubrí que su nombre completo era Friedrich Nietzsche, era alemán y se creía el genio entre los genios y murió loco y lo que ansiaba era una superación del hombre y fue el eje central de todo el pensamiento del siglo XX.

La lectura del libro –repito- me cambió totalmente, ya no volví a pensar igual. Porque después de haber leído quise comentarle a mi madre (a la que yo digo “viejita”) sobre las ideas del libro. Empecé con eso de que el cristianismo es un mal que debe ser quitado de la humanidad y las razones para considerarlo así… entonces ella me miró como se miran a esos bichos raros que merecen ser roseados con un insecticida y dijo que Nietzsche y yo nos quemaremos en el quinto infierno y que de ahí en adelante Nietzsche me diera de comer, Nietzsche me pagara los estudios, Nietzsche sea mi familia y que yo (yo, yooo!!!, su hijo) soy un desgraciado por hablar mal de Dios, de su Dios al que ella quiere y respeta bastante. Estuvo tres días sin hablarme, al final creo que le di pena (después de todo YO –jodiendo otra vez- era su hijo) y me empezó a dar de comer alcanzándome el plato con un palo para no tener contacto directo conmigo (esto último es exageración).

Sentía haber hecho el Grande Descubrimiento (algo así como Einstein con su teoría de la relatividad o Luk enterándose que Dark Vaider era su padre), tenía en mis manos el libro que me sacó de mi infancia mental. Tenía en mi poder un libro que hacia posible que una madre mirara a su hijo como un “apestado”. YO –de nuevo jodiendo- había leído un libro que realmente valía la pena. Al carajo con los libritos que tratan de aconsejarte, al carajo esas pajolerillas romanticotas con final feliz y colorín colorao (¡Viva Fleschman!, la levadura)… mandé a la basura a tanto Cohelo, a tanto Cuatémoc, a tanto queso robado, a tanta basura que no busca cambiar nada. Nietzsche y su Anticristo fue para mí un poco de libertad para mi espíritu (que ya para entonces quería empezar a volar). ¿Que de qué trata el libro?, ¿cuál es su estructura?, ¿cuál es el mensaje?, ¿qué tipo de lenguaje encontramos?, ¿y esas cositas en palabras que ponen siempre en los artículos de periódico?… Lean el libro, de eso se trata. Y a volar todo el mundo –como dice Cerati o tomándose un Toro Rojo mientras escucho “The Flower of Carnage” viendo imágenes de destrucción a lo terminéitor sentado frente a esta computadora que no es mía–.

Postdata:
Para los humanos audiovisuales: “tal vez por error o por no tener nada qué hacer o porque la figurita de la portada les gustó, pueden leer esto que escribo sentado; deben saber que lo hice pensando en ustedes. Y, como dije al principio, están obligados a leer o se me van la mierda”. ¡Viva Nietzsche!

miércoles, 22 de octubre de 2008

Literatura para onanistas: El negro incienso de la palabra

Texto: Alejandro Mautino

Uno de los atractivos de la vida literaria es la recomendación y el diálogo acerca de un texto literario, esto permite descubrir, imaginar otras creaciones, permite además divagar en la atmósfera táctil del misterio y dilucidar sus secuelas exorbitadas de masturbación mental y el goce de la mente al atravesar las líneas discursivas que ésta conlleva.

Uno de los temas interesantes de la humanidad en su proceso evolutivo, ha sido la sexualidad, algunos textos que se pueden recomendar podrían ser los siguientes:
Madame Edwarda. Suele ser un dilema entre el decir y el querer decir entre lo dicho y lo posible, entre el tacto y la imaginación, entre lo estúpido y lo diáfano. Madame Edwarda es una novela corta del genial filósofo francés George Bataille, quien con un apoteósico talento narrativo circunscribe el tema burdélico en la trama melodramática de un personaje estulto que al mismo tiempo goza de ello. La trama narrativa empieza con un personaje y su repentino encuentro con madame Edwarda, la puta más linda y genial, convertida sin embargo, en esquizofrénica y desorbitada.

Una encrucijada de palabras, gemidos, sudor, ojerosos ruidos envuelven a esta novela negra en la más exquisita lectura, y el goce del cerebro al porfiarse de estos pensamientos; sin duda, es uno de los libros que me ha devuelto ese misticismo entre la moral y la no moral.

De otro lado, también son recomendables las novelas de suma importancia para aquellos jóvenes escritores que se inician en la creación de novelas o cuentos con temática erótica, las lecturas de los textos: Las 120 jornadas de sodoma o Filosofía del tocador del Marqués de Sade, asimismo Las Edades de Lulú de Almudena Grandes, La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, Luna Caliente de Mempo Giardinelli, La máquina de Follar o Una linda historia de amor de Charles Bukowski, Eva Luna de Isabel Allende, Un corazón Bajo la Sotana de Arthur Rimbaud (pensamiento pervertido erótico-humor negro), entre otras más…

Indudablemente tal vez hayan muchos más textos que aborden estos temas, pero los que he podido leer por este minúsculo tiempo son los citados líneas arriba, aborda como ya lo mencioné antes temas extrínsecos como la sexualidad liberal, restricciones sociales, el pudor, el deseo, el desenfreno, el clímax lingual, las fricciones corpóreas, la moral, las buenas costumbres del cuerpo y de la urbanidad, que de algún modo llaman la atención y más que la atención llaman a dejar el camino libre del naufragio de la imaginación a lo más sórdido de los lívidos y convirtiendo el cerebro en el más vehemente y exquisito laboratorio de Orgiología.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Recomendando música

Texto de César Cueva

Siguiendo la idea de recomendar música, me veo en una gran disyuntiva, ya que me agrada desde el Uchpa hasta Björk. La situación es dependiendo de la etapa o momento que te toque vivir. Personalmente siempre recurro a una canción llamada "What it Takes" de Aerosmith, la cual nos hace recordar lo tan mundano que somos los humanos al caerse al abismo por una mujer, y ¡vaya! que las tonalidades de la voz de su cantante con el guitarreo hacen una combinación perfecta.
La segunda recomendación, a mi criterio, es una canción de Joaquin Sabina llamada "Y sin embargo", donde un joven y no tan joven como cualquiera de nosotros declara honestamente a su fémina que cuando duerme sólo, sueña con ella, y cuando duerme con ella piensa en las demás; para mayor abundamiento, explica que existen bailes sin orquesta; simplemente ¡locazo!Para dejar el ánimo del desgarro y del sufrimiento, siempre que necesito tomar fuerzas para algo, no me queda otra que recurrir a una salsa tan movida de Héctor Lavoe "El rey de la Puntualidad", claro, todos me putean por llegar tarde, mal endémico de los peruanos, pero no van a negar que siempre la hacemos linda y al final los apapachos en los trabajos son ya como el pan de cada día… "La cosa no es que llegue tarde sino que ustedes vienen muy temprano".(C.C.)