domingo, 22 de agosto de 2010

El camino, el amor y un cartero

Texto de Eduardo Reyme
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No sé ustedes pero el primer sentimiento al que asocio una carta es al de la nostalgia, ese sentimiento que hoy más que nunca parece haberse extraviado en algún rincón de nuestros pétreos corazones acostumbrados a vivir esta modernidad tan falaz y tan nuestra. Quizá fue mi generación una de las últimas en utilizar este medio de comunicación tan nostálgico y que me remite a tantos recuerdos como cuando, por ejemplo, mi madre nos hacía escribir a mi hermana y a mí cartas que terminaban en las manos de algún familiar extraviado en algún rincón del mundo. Épocas que sin duda ya no volverán, tiempos aquellos en donde extrañar a alguien era el único y el más sencillo modo de demostrar que aún estábamos vivitos y coleando.

Esas palabras así escritas tan lindamente líneas arriba son porque Alex Alejandro Vargas acaba de publicar El camino, el amor y un cartero y nos (me) ha hecho recordar por breves instantes de qué color es esa dama llamada nostalgia en medio de una sociedad completamente formada con niños y adolescentes que hoy más que nunca creen que los carteros nunca existieron y que aquella historia es menos verídica que la del mismísimo Papa Noel, aparece este libro y un cartero como personaje principal quien con su morral y sus cartas decide salir de casa para hallarse en la voz de los otros y realiza un viaje extraño que le permite al final entender que en el fondo uno mismo termina siendo todos los demás y que los viajes hacia el exterior terminan siendo los más profundos de todos. Esas búsquedas esenciales del alma, vitales e importantes que sólo la madurez otorga.

Polifónico de principio a fin, El camino, el amor y un cartero termina mostrándonos hasta el momento la búsqueda más profunda de su autor quien años atrás publicase Cuaderno de luciérnagas (Zignos, 2005) y quien pareciera anunciar su segundo libro a través de su primer trabajo, “Seguimos un camino que no conocemos, pero nuestra intuición evita que pisemos vidrios rotos” señala Alex Alejandro en el poema final de su primer libro y aquella intuición que señalase por aquel entonces parece ser la misma intuición con la que está inyectado el cartero quien a través de la palabra evita esos vidrios rotos que podrían ser tomados como las trampas funestas que otorga la vida.

Con la particularidad de los pies de página de cada poema los textos del nuevo poemario de Alex Alejandro Vargas se desprenden de sí e invitan al lector a una relectura y/o indagación. El autor entonces termina siendo un simple nexo, un puente, una vía más para trasladar los sentimientos de quienes depositaron sus esperanzas en las manos de este cartero que tiene vida propia dentro del planteamiento estructural de su poética y que por ende gana verosimilitud de principio a fin. Estas huellas yacen además fortalecidas con las notas que va dejando el yo poético a lo largo de su recorrido mostrándonos una compleja y particular forma de ver el mundo, una fina agudeza que en el fondo es una contemplación profunda que sólo les compete a unos cuántos.

El camino, el amor y un cartero, es un poemario plagado de buena poesía y de imágenes bien elaboradas que nos muestran a un autor que toca temas sencillos mas no por ello menos importantes. Washington Delgado señaló alguna vez que sólo la sencillez de la palabra es la prueba más exacta de la universalidad de un poeta y creo que Alex Alejandro parece haber oído aquello también.