Rodolfo Hinostroza (RH) trata desde un punto de vista personal el libro de Oviedo que recoge a 21 de nuestros grandes poetas “ampliamente conocidos por la crítica nacional e internacional que van desde José María Eguren hasta Rosella del Paolo, y abarca hasta 6 generaciones”.
RH cataloga de afortunada esta selección, recogidas “a través de notas bibliográfico-críticas que en general mantienen un juicio equilibrado y desprovisto de favoritismos”, con lo cual los quisquillosos respiraríamos tranquilos, pero una línea más abajo afirma que “aunque a veces una deficiente información sobre algunos poetas lo haga resbalar”.
Hinostroza, como poeta que es, resalta que guardar la lucidez en el terreno tan subjetivo como la poesía es casi imposible, menos en el terreno de las complejas personalidades de los poetas. Sin embargo, afirma el poeta, el mérito de Oviedo es “ofrecer un juicio ecuánime sobre tan diversos autores, así como una selección bastante idónea y hasta consensual y previsible de sus mejores poemas”.
Poetas como Eguren, Vallejo, Martín Adán, Oquendo de Amat, César Moro, Sologuren, Eielson, Belli, Blanca Varela, etc, desfilan por esta antología; sin embargo, reclama la presencia de autores como Juan Parra del Riego, Francisco Bendezú, Romualdo, Pablo Guevara, Luis la hoz, Lucho Hernández, Tulio Mora, Jorge Pimentel, entre otros. Reclamo lógico que haría cualquier poeta o lector, pues todos buscarían a sus favoritos, al margen del valor poético (si es que existe).
Para deleite onírico de los peruanos, Hinostroza afirma que la poesía peruana es en conjunto es la mejor en el ámbito latinoamericano, “la más rica, la más moderna, la más exigente y variada” que se ha producido por estas tierras subdesarrolladas. Para darse dicho fenómeno literario en el Perú, Hinostroza plantea una tesis en la que resalta nuestra continua tradición literaria que no sufrió tanto de represiones, exilios, revoluciones, dictaduras y demás estragos propios de América Latina en los últimos cien años.
Hinostroza afirma que nuestra continuidad nos ha dado los poetas que actualmente nos representan, poetas con “una poderosa continuidad de la expresión poética que fue pasando de generación en generación”, pese a que cada generación renegó de la anterior, “algunos polemizan, arman pequeños escándalos y ocasionalmente se agarran a patadas, pero después se reconcilian, reconocen, y se mantiene la unidad en la diferencia que siempre nos ha caracterizado”. (Ya quisiera ver a Alonso Cueto abrazando a Oswaldo Reynoso en un bar de Quilca; o Iván Thays chupando dos chelas en el bar Don Lucho con Los Poetas del Asfalto).
Respecto al estado, Hinostroza le da de taquito a la desidia del gobierno que no se preocupa por sus poetas. No hay premios internacionales que resalten la memoria de César Vallejo, como sí existe el premio chileno Pablo Neruda, o el premio argentino Jorge Luis Borges; no existen subvenciones económicas para los autores; no hay becas; no hay Ministerio de Cultura y, en resumidas cuentas, no hay ese estímulo que sí existe en otros países que valoran el aporte de los artistas dentro de la sociedad. Si Vallejo estaría vivo, seguro igual se moriría de hambre.
Tal vez ese abandono del estado hacia sus poetas, ha creado esos monstruos que remecen la escena literaria de esta parte del planeta. Tal vez este gobierno lo sabe, tal vez todos los gobiernos se ponen de acuerdo; tal vez todos estos gobiernos que abandonaron y abandonan a sus artistas forman parte de una secta secreta que se ha dispuesto hacerle un “bien” a nuestra literatura plagada de autores heroicos, valientes y locos (como diría un cómico ambulante: “Sí, Juan”).