Escritos de un viejo indecente, libro que recoge los textos de la mítica columna en el diario OPEN CITY, es un referente para todo aquel interesado en la vida y obra del último escritor maldito de Norteamérica.
“El público toma de un escritor, o de un escrito lo que necesita y deja pasar lo demás. Pero normalmente suelen tomar lo que menos necesitan y dejan ir lo que más necesitan”.
Charles Bukowski
Si queremos conocer un poco más al desarrapado, asqueroso, tierno, rudo, crudo, borracho, agrio, ácido, mordaz, sincero, hijoeputa, enfermo, sicópata, racional, irracional Charles Bukowski, este libro es indispensable, no solo porque aquí se hayan diversas anécdotas del último escritor maldito de Norteamérica, sino porque también se hayan relatos únicos, artículos sobre la actualidad de su país, y opiniones de un personaje que se desarraigó de su tiempo para trascender un poquito más allá de la muerte, aunque no fue su intención.
Escritos de un viejo indecente (Notes of A Dirty Old Man), fue una columna que nació en las postrimerías de la década de 1960, en el periódico underground OPEN CITY. El director de este medio le propuso, mientras se rascaba la barba roja, a un Bukowski cada vez más decadente, si quería tener una columna semanal. Éste aceptó con cierta reticencia, luego el nombre de dicha columna se le vino a la mente después de una de las tantas tardes apostando en el hipódromo. Entonces todo era cuestión de redactar. Se sentó frente a la ventana, cogió la maldita máquina de escribir y las palabras empezaron a evaporarse de los dedos (¿o era el humo de los cigarrillos?) para impregnarse en los periódicos que lo soportaron 14 meses. “Libertad absoluta para escribir, lo que te dé la gana”, decía Bukowski respecto a esta nueva tarea, él que vivía como un animal enjaulado dentro de una sociedad con “valores”, neurótica e infestada de prejuicios.
La columna tuvo tanto éxito que levantó de inmediato el tiraje del dicho periódico, pero la publicidad se hacía aún esperar, y aunque había diversión y peligro en esa aventura, “diversión y peligro no ponen margarina en la tostada ni alimentan al gato. Y renuncias a la tostada y acabas comiéndote al gato”. A Bukowski desde entonces le llovieron cartas de todas partes, le escribían locos que querían ayudarle a escribir, una secretaria le mandaba dinero, además muchos admiradores le tocaban la puerta de su casa para embriagarse con él, también se presentó un sicólogo que supuestamente quería ayudarlo, pero Bukowski le cerró la puerta en las narices. Fue una aventura que para ser tan buena duró poco, porque el animal salvaje cambia de ruta, no se domestica, no se acostumbra a los hombres, quiere la llanura, el horizonte, o simplemente correr al bar más cercano para pedir una cerveza y cortejar a una dama o prostituta, así esté con marido al lado o proxeneta.
En este libro, Bukowski narra con pinceladas de ficción los encuentros desagradables que tuvo con escritores contemporáneos a él. Nombres como Jack Kerouac, Tom Wolfe, Eliot y otros que prefiere no nombrar, se cruzan como gatos negros al que no teme, sino prefiere patear o echarles un par de perros para que no jodan tanto. Asimismo, narra las épocas en las que no tenía dinero, cuando paseaba por un país que pese a estar repoblado desde siempre, parecía inhóspito y todavía lúgubre (quizás porque de las 24 horas, prefería las que no tenían al Sol espiándolo).
La actualidad no se salvaba. Criticaba duramente a los medios de comunicación, a los que protestaban y quemaban todo para arreglarlo todo. A los que seguían el hipismo, a los escritores figuretis que desde siempre en el mundo han sido. Respecto a los medios, por ejemplo, le llegó al reverendo nabo que después de la muerte de John F. Kennedy todos se consideren líderes de opinión, hasta los comentaristas deportivos, a quienes consideraba lo peor de lo peor. “Una bala es más poderosa que mil votos”, dijo al respecto y acotó que no quería escribir sobre aquello, pero aquella situación insostenible acabó por obligarlo.
Escritos de un viejo indecente, también contiene textos que, si el lector prefiere, bien pasarían como anécdotas de borracho o magníficos cuentos que traslucen la genialidad de un aburguesado trabajador que prefirió dejar la oficina de correos y dedicarse a la literatura, con el pleno conocimiento de que corría el riesgo de morirse literalmente de hambre. Ángeles que juegan beisbol, sastres que guardan cadáveres en el baño, borrachos que se enfrentan a la mafia, suicidas potenciales, y él mismo matando filipinos con una máquina de escribir o haciéndole el amor a una tabla de planchar, son personajes que convergían en su mente nihilista, convencido de que la vida merecía ser pateada en el trasero a cada segundo y que aquel hombre equilibrado era el que realmente estaba loco. Como decía Leopoldo María Panero al ingresar al manicomio: “Ustedes son los que están adentro”.